Mis pies comienzan a buscar las pantuflas camufladas en el piso, antes que el resto de mi cuerpo de decida a elevarse en un único ejercicio abdominal. Ciego, guiado por la eco-localización que provocan mis rodillas llevándose puesto el mobiliario, voy encontrando mis prendas. Me había acostumbrado de ese modo; mi consideración por el sueño ajeno no me dejaba encender la luz y molestar a mi hermano.
Cual zombi, autómata, alienado del sistema salgo de la habitación y encaro por el pasillo. Todavía con los ojos entre-cerrados. Las voces se hacen más claras, el volumen aumenta y las palabras toman claridad. Atravesando la puerta un objeto volador, al que llamare "vaso", invade mi espacio personal por una milésima y acaba estallando contra la pared. Claro está que yo no era el objetivo. Hubo una mala mezcla de esquiva y mala puntería entre los contendientes.
Imperceptible, como un ninja, invisible sin intensión de serlo me dirijo hacia la heladera, saco la leche, luego voy hacia la alacena por mi taza, y la coloco en el microondas marcando los dos minutos de siempre. Ninguno se inmutó siquiera de mi presencia, continuaron "en lo que estaban" como si nada. A mi entender no oí argumentos realmente válidos de ninguna parte, sin embargo, tampoco oí insultos, cosa peculiar.
Doy media vuelta para ir al baño, allí es donde realmente despierto después de que el agua lave mi cara. Mi cabeza se activa y el espacio y mi alrededor toma sentido. Dejo mi estado etéreo y vuelvo al mundo tangible.
Entro a la cocina para proceder con mi desayuno y encuentro una escena distinta: callada pero más violenta. Ella en el piso, llorando, tapándose un ojo. Él de pie frente al fregadero, chirriando los dientes de dolor, enjuagándose una mano y un brazo que sangraba. Más piezas de vajilla se habían esparcido por el lugar. Ella me ve e intenta pronunciar cosas que no terminan de salir de su boca; él se envuelve el brazo entre pedazos de rolicec y un repasador.
Respiro profundo cerrando los ojos unos segundos. Voy directo hacia el tercer cajón del bajo-mesada, ese donde guardamos las chucherías que dan vuelta por la casa y los cubiertos que no son cubiertos. Tomo la cuchilla que nunca recordamos hacer afilar y con un breve gesto tan sereno como amenazante le digo a él:
-Te doy 60 segundos para que vayas a ponerte un pantalón, los zapato, agarres el maletín y salgas de esta casa como lo haces todos los días. No vas a emitir una palabra más. El que habla ahora soy yo. No voy a repetir lo que digo y ya comencé a contar...
Siguió la orden como cabo de su sargento, sin levantar la vista. Demoró unos segundos extras en pasar por el baño y miró hacia atrás un instante antes de cerrar la puerta de entrada. Esperé de pie hasta que saliera en el mismo lugar donde lo había amenazado, ella permaneció en silencio.
Tomo otra bocanada grande de aire, volviendo a cerrar los ojos del mismo modo. La ayudo a levantarse, me abraza y revienta en llanto aún más fuerte. Intenta explicarse, intenta agradecer, intenta pedir disculpas, le sale todo al mismo tiempo y al mismo tiempo no le sale nada. Lamentablemente mis oídos están sordos, estoy frío, pero quiero implosionar, sin embargo no pierdo la calma y en mi cara persiste la neutralidad. Dejo el cuchillo sobre la mesa. Espero que las lágrimas le cesen un poco, lo suficiente para saber que podrá escucharme con claridad:
-Te vas a calmar, te vas a lavar la cara, te vas a cambiar, vas a tomar un café, vas a tomar tus cosas y te vas a ir a trabajar como todos los días.
-Hijo, no es ta fácil...
-Shshh... estoy hablando yo. Continúo, te vas a ir a trabajar, vas a evitar hablar con los clientes de más y a la vuelta te vas a ir a desahogar de la abuela si querés. Vos también le faltaste el respeto a esta casa y no vas a volver hasta que mi hermano y yo consideremos, después de que emitas las correspondientes disculpas, que puedas hacerlo.
-Pero no... es que...
-No voy a repetir lo que dije, y agradece que a vos no te marqué el tiempo.
Ella se va, luego de tratar de insistir frente a una columna de piedra. Mi hermano aparece realizando la misma ruta zombi diaria, solo me mira a mi una vez. Escuchó todo, entendió todo, asintió conmigo.
Siento que los próximos días siguientes se hacen mucho más largos. Aprovecho a gritar cuando paso por el descampado yendo al laburo. Espero, ansío, me esperanzo que la violencia no vuelva a acercarse a mi. Soy muy frágil. Soy un volcán. Soy un manojo de nervios. Soy un maestro zen.
Se libre
Bael´adar
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